ENTRE VERDES ÁRBOLES Y ECOS DE CANTINFLAS: UN DÍA EN LA HACIENDA LA PURÍSIMA

Ixtlahuaca, Estado de México. Los árboles centenarios saludan con su sombra y el canto de las aves se entreteje con el crujido de la grava bajo los pasos. En Ixtlahuaca de Rayón, donde el aire todavía huele a campo limpio, la Hacienda La Purísima se abre como un refugio detenido en el tiempo, donde la historia y el descanso se dan la mano.

Aquí, entre muros de adobe, techos altos y corredores que guardan secretos, alguna vez paseó Mario Moreno “Cantinflas”, quien hizo de esta propiedad su remanso personal. Dicen los trabajadores más antiguos que aún se siente su presencia, entre risas que se escapan de la memoria y anécdotas que se cuentan al caer la tarde.

SILENCIO DE LUJO Y AIRE DE HACIENDA

Al llegar, lo primero que envuelve es la calma. Esa que ya escasea en las ciudades. Las habitaciones, cada una distinta, todas con alma, invitan a quedarse más tiempo del previsto; hay detalles en madera, flores frescas y ventanas que dan a jardines amplios donde el tiempo no apura.

Las familias pasean en bicicleta, los niños corren por los prados y las parejas se toman selfies en las escalinatas coloniales. El agua de la alberca techada refleja la luz suave del atardecer, mientras en el jacuzzi las risas burbujean con la espuma.

ENTRE SABORES, RECUERDOS Y PAN CALIENTE

El restaurante de la hacienda tiene ese olor que solo se consigue cuando la comida se hace con calma. Pan recién horneado, café de olla, salsas que pican rico y carnes al punto exacto. Un mesero, con la amabilidad que se hereda, cuenta que ahí han comido actores, políticos y hasta un par de presidentes. Pero atienden igual al vecino que llega en bicicleta que al empresario que aterriza en helicóptero.

DONDE EL GOLF ES PARTE DEL PAISAJE

A unos metros, el club de golf se extiende como una alfombra verde entre montañas. Son 18 hoyos de césped Kikuyo y Penncross que desafían al más experto, pero también invitan al principiante. Algunos llegan temprano, otros prefieren el último turno, cuando el sol cae y tiñe de oro las colinas.

“El campo tiene algo especial”, dice un jugador veterano mientras acomoda su tee. “No solo vienes a jugar, vienes a respirar”.

MÁS QUE BODAS, HISTORIAS

Y luego están los eventos. Bodas, fiestas, aniversarios… pero no cualquiera. Aquí las celebraciones parecen escenas de película. El pasto cortado al milímetro, las luces entre los árboles, la música que se cuela entre las ramas.

Cada fin de semana hay una historia nueva, pero todas tienen algo en común: un fondo de hacienda, el cielo abierto y el sabor de lo inolvidable.

UNA ESCAPADA QUE SE QUEDA EN LA MEMORIA

La Hacienda La Purísima no es solo un hotel ni solo un club. Es un rincón del Estado de México donde el descanso tiene olor a madera, sabor a mole y color de bugambilia. Un lugar que no grita, pero seduce con su voz baja.

Quien viene por curiosidad, regresa por nostalgia.

ENTRE VERDES ÁRBOLES Y ECOS DE CANTINFLAS: UN DÍA EN LA HACIENDA LA PURÍSIMA